La nuestra es como cualquier escuela secundaria grande: hay mucha gente que se conoce entre sí, muchas parejitas, muchos grupos de amigos, muchos chismes, mucho puterío. Imagínense a cientos y cientos de adolescentes encerrados durante horas en un edificio enorme y antiguo, prácticamente librados a su estado de naturaleza. Es natural que pasen cosas.
En Ciencias Naturales sólo hay seis varones, ¿pueden creerlo? Y unas veinticinco chicas. Para colmo, los varones –con la posible excepción de Fabián– son muy lindos, muy inteligentes, y muy muy distintos entre sí. Está el rugbier ingenuo y simpático, el langa que salió con todas las flequilludas habidas y por haber, el careta sociable, y mis dos problemitas andantes, Damián y Mariano.
Entre las chicas también hay muchísima variedad. Hay algunas que son preciosas y muuuy rápidas, otras que son un esperpento mal y muuuy estudiositas, y otras (las flequilludas) que viven a través de sus flogs, debatiendo con cuál de sus múltiples pretendientes quedarse, saliendo a bailar. Y después están las otras, unas poquitas, como Francisca o Valeria. Que son… distintas.
Supongamos que, en referencia al tema estético, Francisca y yo vamos bastante parejas. Ambas reunimos básicamente los mismos caracteres distintivos: piel clara, pelo ondulado y llamativo, ojos castaños brillantes. Valeria es ampliamente más linda que las dos pero menos… dulce, menos femenina. Eso. Es alegre, segura, tremendamente inteligente, no sé si primera o segunda escolta. Cuando Mariano la dejó por Francisca –una de las cosas del año pasado, lo que les decía– nadie entendía nada. No se deja a la chica linda e interesante por su mejor amiga, que suele ser calificada como “simpática”. El camino inverso es incluso socialmente aceptado, pero ése no.
Ahora bien, ustedes querrán saber adónde pretendo llegar con todo esto… Bueno, sabemos que Mariano nunca estuvo enamorado de Valeria, aunque saliera con ella. Pero, ¿y si había alguien más que sí estaba enamorado de ella? ¿Y si ese alguien me incumbiese especialmente?
El año pasado, una noche de mediados de otoño, mis tres chicos me acompañaron a la parada de cole, después de una salida con un grupo grande. Dami y yo caminábamos un poco rezagados. Yo quería que él me contara sobre una chica de noveno, que a él “le llamaba la atención”. Él argumentaba que no le gustaba hablar sobre esas cosas, porque, si salían mal, era muy probable que lo jodieran y/o cargaran (en este punto, le echó una breve mirada “¬¬” a sus dos amigos, que no se dieron por enterados).
-No seas boludo- dije yo-. Tus amigos no se burlarían de vos.
-No necesariamente- replicó él-. Pero no es lo único que puede pasar. Otra cosa es que a un amigo y a vos les guste la misma piba. Cuando pasa eso, se arma una especie de competencia y el primero que se la come, por una cuestión de principios, se la queda.
Nunca me voy a olvidar de eso de la “cuestión de principios”.
-Sos un animal- puntualicé quedamente.
Y como no podía enojarme con él seriamente, aún con sus barbaridades machistas, nos reímos como los giles que somos.
Varios meses después, él y yo nos escapamos del acto del Día de la Raza y nos quedamos poco más de una hora conversando en un banco de la plaza. Creo que es el mejor recuerdo que tengo con él. Hablamos muchísimo.
Vagamente, tocamos el tema de las relaciones, de las atracciones, y demás “delicadeses”.
-Cuando me gusta alguien en serio- ensayé yo-… me doy cuenta porque, aunque lo quiero, al mismo tiempo también lo odio un poco. Me da bronca.
Y él se quedó mirándome.
-Guau. Me aclaraste la cabeza.
Pero se negó en redondo a decirme porqué, a especificar. Y como yo tenía dieciséis años y tan anormal no soy, cada negativa, cada silencio y omisión, me puso más atenta, más interesada.
Llegamos a este año.
Como ya les he mencionado, Dami, Mariano y un amigo más tenían un blog. Ahora está cerrado, pero, como sabrán ustedes, es posible encontrar las entradas con un poquito de paciencia y ayuda de mi adorado Señor Google. Mi papá llama a la información eliminada que sigue dando vueltas por la red “residual”. Dice que no se termina de borrar del todo, porque los servidores base están en Estados Unidos. Básicamente, es más fácil dejar eso dando vueltas y poner un cartelito que dice “el blog ha sido cerrado” que realmente suprimirlo.
Todo esto para decir que me leí de cabo a rabo el blog cerrado de Damián. Estaba bueno. Sus entradas no estaban firmadas, pero las reconocí al toque. En general, destilaban bronca, frustración, energía; lo mismo que un ratito de conversar con él cuando está enojado. Los escritos de Mariano, muy al contrario, eran estructurados, centrados, lógicos, cargaditos de moral y conciencia social. Como una charla o una enriquecedora discusión con él. Y los del tercer amigo, bueno, eran las entradas descolgadas que no podían clasificarse ni en la onda Dami ni en la onda Mariano.
Uno de los posteos, concretamente, era un fragmento textual del libro de Psicología de los chicos.
Acá ta:
(..)conforme al testimonio del psicoanalisis, casi todas las relaciones afectiva intimas, de alguna duracion, entre dos personas dejan un deposito de sentimientos hostiles que necesita para desaparecer del proceso de represion. Cuando la hostilidad se dirige contra las personas amadas, decimos q se trata de una ambivalencia afectiva y nos explicamos el caso, probablemnete de un modo demasiado racional, por los numerosos motivos para el nacimiento de conflicto de intereses(…)
Cuando lo leí el corazón me empezó a latir muy rápido. No supe porqué en ese momento, pero creo que ese fue entonces que todo comenzó a encajar. Y capaz lo supe siempre, ¿saben? Solamente que di vueltas y vueltas, y miré para otro lado, porque me gustaba que Damián fuera un misterio, él y su tristeza, y su bronca, y su forma tan rara de ver el mundo. Y ahora entiendo, y el misterio se terminó.
Fue en la conversación del miércoles, el miércoles del cierre de mis dos semanas con Mariano, esa conversación con Dami que me hizo llorar, cuando encontré la última pieza.
Mariano es mi amigo, y es un capo, pero sabe manipular, dijo él. No es así, dije yo. No es una buena persona, no del todo, dijo él. Estás equivocado, dije yo. No, boluda, ¿no viste lo que le hizo a esa piba?
A esa piba. A Valeria.
Mandy dice que no. Que no puede ser. Intenté hablar con el propio Damián, pero se mostró nervioso y evasivo. Al final, le conté sobre mi “teoría” a Mariano.
Y Mariano usó exactamente las mismas palabras que Dami aquella vez: “Me aclaraste la cabeza”.
Me explicó que siempre había tenido esa duda, que siempre se había preguntado si a su amigo no le pasaba algo con su ex novia. Que además, intuía que Dami le tenía bronca, a pesar de su amistad y del afecto mutuo, por algo que no podía establecer. Que todo todo todo cierra ahora.
Y quiere hablar con él.
Sé que se me va a armar un quilombo. Lo sé. Porque Damián va a saber que fui yo. Que yo le dije a Mariano. Pero yo no traicioné su confianza, porque él nunca me contó lo que sentía. Además, lo verdaderamente complicado acá, es que yo quiero que sepa que fui yo. Quiero que sepa que lo conozco, mucho más de lo que él cree.
Y aunque estoy nerviosa y un poco triste, también tengo una emoción rara, una sensación casi de triunfo. Como el final de una peli de suspenso, o una novela de mil páginas, algo en lo que te concentraste con tu mente y tu corazón, que te desesperabas por entender y por cerrar.
Yo amo a Damián, ¿saben? Lo amo. Y nunca me salió escribirlo, porque para mí no es algo fácil de verbalizar. Pero, así como sé que lo amo, ahora siento que puedo dejarlo ir. Me gustaría verlo asumir lo que siente por ella, algo que lo hace vulnerable y simple y humano. Me alegra que Dami pueda sentir algo así, aunque no sea por mí.
Por eso quiero ver mi teoría confirmada. Quiero que llegue el día de mañana, y saber si los dos chicos hablaron y qué se dijeron, y si finalmente encontré la pieza correcta para completar el rompecabezas.