domingo, 29 de junio de 2008

Sobre Damián (Desiree)

14 de junio

La triste verdad es que, si voy a hablar sobre mí misma, necesito hablar también sobre Damián. Pero si voy a hablar sobre él, sobre él y yo, siento que tengo que hacer un relato pormenorizado de montones de cosas –salidas, risas, miradas, momentos– que tuvieron lugar el año pasado.
Y ésa no es la idea. Este blog es sobre este año, sobre Amanda y yo, y no tengo interés en que se convierta en una historia de mi vida abreviada y tampoco en un altar virtual para Damián. Eso es lo último que necesito.
Así que la voy a hacer corta. Todo lo corta que pueda. Y voy a empezar por el principio, aunque ahora es difícil establecer exactamente cuándo fue eso.
Esto podría servir: la primera vez que Amanda y yo nos anoticiamos de la existencia de Damián Fausto, fue una tarde en la puerta lateral del colegio, hace casi dos años. Nos acompañaba una compañera de curso, Ivana, una chica bastante problemática pero también bastante sociable, que estaba de pie entre las dos.
Me acuerdo que Damián venía con su bici (la misma bici, impertérrita, lo acompaña hasta la actualidad) y para pasar por la entrada, tenía que pasar junto a las tres. Él solamente conocía a Ivana. Así que la saludó con un beso, dijo “Hola” y entró. Amanda y yo, pintadas. Tal vez principalmente porque nos molestó mucho que nos ignorara, sacamos a relucir que había algo raro en el modo en que Damián saludaba. Hacía como que demasiado ruidito. Como un graznido de pato. Y dado que teníamos quince años –qué tiempos aquellos– y cualquier comentario casual podía convertirse fácilmente en una broma, apodamos a Damián “besopato Fausto”, y nos reímos de eso durante semanas.
Sé que suena muy estúpido, pero es de esas cosas que hay que estar ahí para entender porqué resultan tan graciosas. En fin. Al cabo de un tiempo nos olvidamos del tema, y Damián volvió a pasar desapercibido para nosotras.
Ahora bien, hacia principios de 4to, me hice amiga de una chica desinhibida, bonita y ostensiblemente loca, Yamila. En ese momento, yo sufría un considerable déficit de autoestima y no tenía ni la más mínima idea de qué rumbo estaba tomando mi vida. Básicamente de lo que se trata ser adolescente. Yamila me ayudó con eso, aunque no creo que fuera del todo consciente de lo que hacía.
El mismo año, empezamos a tener clases de Francés en uno de los laboratorios, que en lugar de bancos, tienen mesas para entre seis y diez personas. Para las clases de Idiomas, las tres modalidades (Ciencias Sociales, Ciencias Naturales y Comunicación) son mezcladas entre sí. En resumen, terminé en una mesa con Lucas, un amigo de toda la vida y compañero de curso; Alejandro, el mejor amigo de Lucas y también de nuestra modalidad, Ciencias Sociales; Patricia, otra compañera de curso; Selene, de Comunicación; Damián, de Ciencias Naturales; y mi infaltable Amanda.
A pesar de mi inicial reticencia para con las clases de Francés y el grupo de la mesita, enseguida empecé a sentirme más cómoda. Mi amistad con Lucas se afianzó, y dado que hablaba mucho con él, pronto comencé a hablar también con sus dos amigos. En una de las primeras clases, hice un trabajo práctico con él y Damián.
También puede que suene bastante tonto, pero me acuerdo muy bien de qué se trataba el trabajo. Una chica llamada Camille, que vivía en una casa muy grande, se olvidaba la puerta del jardín abierta, y alguien llamado Boule, que estaba al cuidado de Camille salía por la puerta y se perdía. Cualquier alumno poco creativo de Francés hubiera determinado que Boule era un perro o a lo sumo un nene chiquito, pero este no era el caso de Damián. Él quiso que Boule fuera la abuela de Camille. Y sí. Hicimos pasarle muchas penurias a la pobre abuela, y también a su nieta que la buscaba, y en definitiva nos divertimos. Era tal vez la primera ocasión en que mantenía una conversación con Damián, pero el de entrada me llamó “Didi”. Solamente mis amigos me dicen así. El resto de la gente no sabe muy bien cómo acortar “Desireé”, así que bate cosas como “Desi” o “Sireé” o giladas así. Pero no, él dijo Didi. Familiarmente. Confianzudamente, podría decirse. De entrada.
Y a mí me encantó. Me pareció que mi nombre, mi nombre acortado y familiarizado, sonaba muy pero que muy bien pronunciado por él.
Al cabo de un par de meses, Lucas, Alejandro, Yamila, Damián y yo éramos prácticamente un grupo constituido, y nos pasábamos casi todos los fines de semana del shopping a la Peatonal, de la Peatonal al cine, y del cine a mi casa. Fue un muy buen año para mí.
Aunque no me animaba a decirle a Damián lo que sentía (y todos mis amigos lo sabían, porque casi no hablaba de otra cosa), la pasaba muy bien con él, y me hacía feliz simplemente ser su amiga. Por un tiempo, las cosas anduvieron bien.
Pero cuando uno tiene quince, dieciséis, diecisiete años, el tiempo es un ratito. Es así. Uno cambia. Los demás también. Las circunstancias cambian.
Yamila y yo fuimos buenas amigas. Nos quisimos, nos entendimos, fuimos unidas. Pero acabamos esperando mucho la una de la otra, y decepcionándonos casi siempre. Yo quería que ella le dedicara más tiempo al grupo, y ella quería que el grupo corrigiera actitudes “negativas”. Yo no quería encarar a Damián, y ella quería que todos empezáramos a ser más sinceros. Son cosas que pasan.
Después de pelearme con Yamila, seguí saliendo con los tres chicos. Y así todo el verano, hasta llegar finalmente a este año. Un muy buen verano, también.
Damián ha sido para mí lo más importante en este tiempo. Es brillante e ingenuo, soberbio e inseguro, sencillo y complicado. Ciclotimico. Quejoso. Sarcástico. Fascinante. Probablemente me enamoré de él después de tres conversaciones. O una vez que lo vi apoyado, sonriente, contra un guardacalle. O cuando lo miré –sí, más que escucharlo lo miré– tocar la guitarra, extrañamente feliz, concentrado. O esa primera vez, la de Boule y Camille, cuando lo escuché decir mi nombre.
Pero este año las cosas son distintas entre él y yo. Lucas y Alejandro repitieron de año, así que ya no los veo en el curso. Y Yamila ha decidido, oportunamente, dedicarle tiempo al grupo ahora. Conclusión, se la pasa con Lucas, Alejandro y Damián de acá para allá, para mi gran alegría. Lo que más me molesta es que ellos la acepten de nuevo sin miramientos, sin dudas. Como si el hecho de que ella se fuera y no les dirigiera la palabra en todo el verano no significara nada.
Y Damián… No sé. A veces sonríe y saluda, y creo que todo va a volver a ser como antes. Otras sigue de largo, como si nunca nos hubiéramos conocido. Y entonces no estoy segura de si quiero que todo vuelva a ser como antes.

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